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ISSN 1989-4163

NUMERO 35 - SEPTIEMBRE 2012

Mestizo

Paco Piquer

            ¡Hola! Buenas tardes. Permítanos  presentarnos. Somos A y B., un matrimonio joven. Hace apenas un año que nos casamos. Nuestra vida transcurre por un camino plagado de ilusiones y de futuro. Ambos tenemos un buen empleo. Yo soy ingeniero aeronáutico y trabajo en  Aerospatiale. Me encanta mi trabajo. Me he especializado en desarrollo de sistemas de navegación para satélites artificiales. Fascinante. B. es también ingeniero. Ejecutiva de ventas en una gran empresa de componentes electrónicos. Allí nos conocimos. Al principio cruzamos algunos E-mails profesionales. Unas visitas comerciales a su fábrica hicieron posible nuestro encuentro. Nuestro amor nació entre transistores y demostraciones de semiconductores de silicio.  Después de nuestra boda adquirimos una bonita casa a las afueras del pueblo, cerca del lindero del bosque. Es muy agradable vivir tan cerca de la naturaleza. B. está embarazada. Esperamos nuestro primer hijo. Los domingos solemos dar largos paseos entre los árboles. Largos paseos. El ginecólogo ha dicho que es bueno que B. camine. En verano caminar se le hace algo más fatigoso. Por el calor. B. se encuentra ya muy pesada.  El alumbramiento no es fácil. Fórceps y todo eso. B. no ha querido epidural, ni parto dirigido.  No ha querido ayuda. Sólo mi presencia. C. es un bebé precioso. Somos muy felices. Pasan los meses. B. ha vuelto al trabajo. C. crece alegre y vivaracho. Reanudamos nuestras incursiones por el bosque cercano. C. va en su carrito. También él disfruta con los paseos.  El tiempo pasa deprisa. Trabajo. Vacaciones en la costa en verano. C.  asiste ya a la guardería. Otoño.  Con los ocres de los árboles, el bosque se hace acogedor. Intimo. Los paseos más agradables. Un domingo encontramos un cachorrillo perdido. O abandonado. Lo llevamos a casa. Nos es imposible definir su raza. Mestizo, sin duda.  C. y el cachorro crecen juntos, juegan. Se adoran. El perro, va adquiriendo apariencia. Es un hermoso animal. Su raza no se manifiesta. Es un animal tranquilo. En ocasiones desaparece durante horas y le vemos regresar del bosque cercano. Inquieto, alterado. Diferente. Al rato recobra su aspecto plácido. A veces discutimos B. y yo. – No. No es un pastor alemán. Son más altos. – Y el pelaje es más oscuro. Es un mestizo. Un  “mil leches”. 

            C. ha cumplido tres años. El cachorro hace tiempo que se convirtió en adulto. Su apariencia es soberbia. Su pelaje ha adquirido tonalidades grises, plateadas.  Sus ausencias en el bosque se acrecientan.  Una noche no regresa. Lo buscamos sin resultado. En el pueblo, en el bosque. Nada. C. estuvo muy triste durante un cierto tiempo. Fue muy crudo aquel invierno. La nieve cubrió las montañas vecinas.  Los granjeros de los alrededores temían por su ganado. El frío y el hambre atraen siempre a las alimañas hasta las afueras  del pueblo. Por las noches asegurábamos bien la cerca del jardín y cerrábamos los postigos de las ventanas. Aquel día, B. insistió en internarse en la espesura. Como tantos domingos. A pesar de la nieve. Abrigamos bien a C.  De pronto, oímos los aullidos.

 

 

            Hola, soy C.  El hijo de A. y B. He comprado la casa que fue de mis padres. Después de “aquello” viví con mis abuelos. Hasta que terminé mi carrera. No he querido permanecer más tiempo lejos de este lugar. Sigo adentrándome en la penumbra del bosque. Sin miedo. Recordando mi caminar torpe y fatigoso por la nieve que me llegaba casi hasta la cintura. A mis tres años me fascinaba aquel manto blanco y frío. Mis padres me dejaban hacer. Reían complacidos mis balbuceos. Mis caídas. Un día, sombras grises surgieron de improviso de la profundidad de la arboleda. Asistí aterrorizado al espectáculo de las bestias matando. Saciando el hambre que los transforma en asesinos por instinto de conservación. Dentelladas sabias, concretas. Nieve blanca, nieve roja.  Yo estaba algo más lejos. Me habían descubierto. Venían a por mí.  El lobo que mandaba la manada, dirigía el ataque. A un metro de mí se detuvo. Los otros aguardaban, respetando la jerarquía, relamiéndose impacientes ante el nuevo festín. El enorme lobo gris se acercó, olfateándome, arrugando su hocico y dejando entrever sus colmillos. Dando unas vueltas a mí alrededor. De pronto, como olvidándose de mi presencia, regresó hasta donde los restos sanguinolentos de mis padres teñían de púrpura la pureza de la nieve. Después de husmearlos regresó hasta donde yo permanecía inmóvil y aterrado. Indefenso. Aterido de frío. Oliendo mi ropa, buscó mi mano, lamiéndola. Como pidiéndome perdón por haberme destrozado la vida. Después se alejó. Y con él la manada. Al cabo regresó solo. Caminando frente a mí, me condujo hasta las primeras casas del pueblo. Se detuvo al detectar presencia humana. Regresó hasta el lindero del bosque, desde donde continuó observándome hasta que me hallaron. Hasta que estuve a salvo.

Mestizo

 

 

 

 

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